domingo, 18 de enero de 2009

El joven Ridley


-Hola.

-...Hola -alguien me hablaba desde el otro lado de la valla del patio de la Radcliffe's Academy for Young Ladies.

- ¿Cómo te llamas?

- Me llamo Elisabeth Ella Connelly, ¿y tú?

- Es un placer, señorita Connelly. Mi nombre es Edward Thomas Ridley.

- Encantada, ¿estudias en la Codcape's Royal?

- Sí, voy al ambulatorio. Hoy había prevista una excursión al monte Westmont, pero me he encontrado indispuesto. Llevo toda la mañana en la enfermería del colegio ¿sabes?

- ¿Sí?

- Sí, nuestra enfermera no sabe qué me pasa, y por eso ahora me dirijo al ambulatorio. Estoy bastante perplejo por todo esto ¿sabes? quiero decir, si la sra. Dennis no sabe qué me ocurre debe tratarse de una extraña enfermedad, puede ser aglo de extrema gravedad... Ahora mismo podría estar muriendo sin saberlo y ni siquiera han enviado a alguien que me acompañe por si pierdo el conocimiento, puede que sea para evitar el contagio.

- Vaya... ¿y qué sientes exactamente?

- Pues verá señorita Connelly siento un horrible escozor en la garganta y tengo el (...) -¿Por qué no había escalado ya la valla? ¿acaso no quería ver qué aspecto tenía? Tal vez mi conversación no era lo suficientemente entretenida. Una cosa era segura, algo no iba bien. Es posible que Edward ya tuviese una novia, fuera de la Radcliffe's Academy, aunque lo más probable era que con todos esos síntomas se sintiese demasiado débil- y luego aquí siento un extraño picor, justo en la sien, todo eso además del hipo...

Yo misma acabé escalando esa maldita valla para ver de qué me hablaba, estaba un poco inquieta por el riesgo de contagio pero los nervios pronto se calmaron. Esperaba ver a un chico con la piel amarillenta y lleno de rojeces, pero me encontré con un niño de lo más corriente cuya única rojez visible se encontraba en unas sonrosadas y sanotas mejillas.

- Vaya, eres muy guapa.

- Gracias.

- ¿Quieres ser mi novia?

- No lo sé. No te conozco. -Y en realidad no le conocía, sólo sabía de él que tenía hipo y extraños picores que le habían impedido ir de excursión a Westmont- ¿En qué posición te gusta jugar?

- En ninguna, detesto el rugby. Soy miembro del club de literatura.

- Ah, entonces no.

- Soy muy bueno deletreando, tengo varios premios en pruebas de ese tipo, incluso a nivel estatal.

- Eso está muy bien, pero no estoy interesada.

- Vale, ¿quieres que seamos amigos entonces? -¡Cielo Santo, qué paparrucha!

- Déjame darte un consejo de amiga, Ridley: tienes que fortalecer ese carácter.

martes, 13 de enero de 2009

Chez Roberta


-¿Crees en las casualidades?

Dibujó media sonrisa mientras apretaba con los dientes el puro, sin mover los ojos de su mano. Algo en esa mano le parecía divertido. De no ser porque mi mente estaba ocupada en otros asuntos, esa noche todo habría girado alrededor de las cinco cartas que esos dedos gordos sostenían al otro lado del tapete.

-No, -dijo dejando escapar el humo- no creo en las casualidades, chica.

-¿Crees en el destino, entonces?

Diría que soltó algo parecido a una carcajada.
Apartó el puro de su cara con la mano derecha. Lejos de la sombra de su boca, se veía brillar en la luz amarillenta del salón el cerco de carmín rojo que sus labios habían dejado en el cigarro.

-No, chica, tampoco creo en el destino.

-¿Y en qué crees?

-Creo en el ahora -sus ojos divertidos sobre las cartas.

-Pero entonces, ¿por qué crees que pasan las cosas? -insistí, poniendo mis cartas sobre la mesa. De todos modos, la partida estaba perdida.

-Las cosas pasan, chica, porque hay pobres desgraciados, que buscan algo que robar en la vida y lugar oscuro donde esconderse. Pero luego ningún agujero les parece lo bastante negro y entonces se ponen nerviosos, se asustan y hacen cosas para salvar el pellejo. Cosas que la gente espabilada como yo aprovecha. Tú también pareces espabilada chica, al menos lo bastante como para saber cuándo has perdido.

Esa noche no me dejó probar el bourbon. Estaba molesta porque nuestra conversación le había arruinado el repóquer.

-Aprende -me dijo cuando ya me iba- que no hay nada más importante en la vida que la partida que está en juego, chica.

Le dí un par de vueltas a la frasecita de vuelta a casa y luego la olvidé. No sé si sé lo que quería decir. Pero francamente, me da igual. Esa vieja borracha no es el tipo de persona que ustedes aprobarían, no sé si me entienden. Lo único respetable en ella era la edad.